Tengo diez minutos para dejar este mensaje
antes de que el ácido acabe con el sistema neuronal y provoque un colapso
nervioso multiorgánico dentro de mí; las calles de Tokio se han inundado de
parafernalia política, la Constitución pacifica fue borrada con el codo de
nacionales conservadores y la gente bien poco tiene que hacer. El mundo está en
caos, nadie predijo nada, ni la religión católica, mormona o musulmana,
simplemente todo hizo explosión dejando a varios aniquilados en el camino.
Estoy en mitad de un subterráneo en la
ciudad, mientras se oyen ratas chillar y gritos en la superficie, mis oídos
sangran por la prontitud y velocidad de las bombas en la bahía de Fukuoka.
En mi ignorancia suponía que llegarían un
avión militarizado a rescatarme, que la misión iba a poder ser realizada a la
perfección, con un margen de error del 0,1%, pero aquí me encuentro, viviendo
el error de aquel puto porcentaje.
Mis venas hacen erupción en mi frente como
si fuera a reventar en un mar de lava, mis ojos parpadean a mil por hora... si
uso mis últimas fuerzas para escribir esto, es porque necesito sobrevivir los últimos
seis minutos que me quedan, pues somos bestias luchadoras, cansadas de ser
ultrajadas por los cambios a nuestro alrededor.
Es tan simple como señalar que los grandes
profetas fallaron, o quizás decir que triunfaron, que lo que predijeron se ha
cumplido; estoy en mitad de un mar de cambios tumultuosos, mientras miles de
personas sufren el catastro de un caos global... nadie predijo específicamente, solo sabíamos que nos arrodillaríamos
y suplicaríamos por clemencia a aquel que estuviese escuchando nuestros
quejidos.
Acaso no somos más que polvos flotando en
medio de un todo, no somos más que restrojos de los restos que dejan nuestros
ancestros; alguna vez fui un grande aquí en la humanidad, podía ver cosas que
poca gente podía ver, alcanzar poderes que pocos podían tener y subir a donde
no podían subir, pero hoy nada de eso sirve cuando he sido inoculado con el
final de un todo.
Poco a poco mi corazón se acelera, mi sudor me nubla la visión,
mis manos tiritan como un maníaco y un calor de los mil demonios sube por todo
mi cuerpo, estoy escuchando las ultimas campanas de los templos milenarios.; a
lo lejos se oyen los últimos llantos desde el oriente. Creo que no es tarde
para darme cuenta de cuán grande era la esperanza, pero quedan tal solo treinta
y ocho segundos para que todo acabe y es cuando comprendo el secreto más grande
de la vida, que se resume en todo lo que me enseñaron y debía dejar a esta
humanidad y es que simplem...